A RIVER AIN’T TOO MUCH TO LOVE
David Armengol

«Bury me in wood,
and I will splinte

Bury me in stone,
and I will quake

Bury me in water,
and I will geyser

Bury me in fire
And I’m gonna phoenix «.

– Bill Callahan. Say Valley Maker

Uno de los discos que más he escuchado es, sin duda, A river ain’t too much to love1 (2005) de Smog. El álbum, el doceavo en la carrera del cantautor estadounidense Bill Callahan, empieza con Palimpsest – un tema muy corto, solo con guitarra acústica, voz
y una armónica lejana – y sigue con Say Valley Maker, una canción sublime. En ella, Callahan habla más o menos de la muerte y la reencarnación recuperando la metáfora del río.

El 31 de agosto de 2017, Alba Moreno (Málaga, 1985) y Eva Grau (Málaga, 1989) me mandaron un mail invitándome a escribir en este catálogo. Recibí su propuesta con agrado. No nos conocíamos personalmente, aunque sí sabíamos del trabajo que tanto ellas como yo venimos desarrollando en los últimos años sobre la noción de paisaje; en su caso, desde la práctica artística, usando la fotografía como herramienta principal de reconocimiento para luego formalizar mediante esculturas, instalaciones o vídeos; en el mío, mediante el comisariado y la escritura.

En ambos casos, nuestra relación con el naturaleza no tiene que ver con una aproximación contemplativa, sino más bien con una voluntad performativa y vivencial; un enfoque que, en la medida de lo posible, prescinde de la herencia romántica – algo siempre difícil – para erigirse como una experiencia emocional mucho más compleja, donde lo humano (la razón,
el pensamiento, la interpretación) convive al mismo nivel de intensidad con otros elementos definitorios del lugar; y me refiero a cosas inertes: el agua, el río, las piedras, las montañas… Dicho de otro modo, en ambos casos, abordamos el paisaje desde una subjetividad que va más allá de nosotros mismos.

Estamos tan acostumbrados y tan adaptados a entender nuestros entornos siempre desde el yo, o el nosotros, que realmente resulta costoso acercarse a la naturaleza de otra manera. Ahí entramos quizás en terrenos más propios de la filosofía que del arte. ¿Acaso nosotros podemos pensar al margen de nosotros? ¿Existe el paisaje más allá de la capacidad humana de percibirlo como tal? Estos interrogantes se encuentran en la raíz de la práctica artística de Alba Moreno y Eva Grau, y eso lo que intentaré explicar en este texto. Eso sí, para argumentarlo me basaré más en intuiciones que en conocimientos, más en posibilidades que en certezas.

Reflecting back on a former obsession_01

En primer lugar – y de ahí mi título – Shore to Shore me hizo pensar en el disco de Smog. Así que, una vez acepté el encargo, lo primero que hice, fue revisar la web de Moreno & Grau escuchando una vez tras otra A river ain’t too much to love. Es cierto, me dejé llevar por una simple cuestión formal: la alusión directa al río como espacio de vida. Pero mientras observaba y leía sobre algunos de sus proyectos recientes (Many rivers to cross, The inner room o Introduction to time travel…) fui disfrutando de ciertas conexiones conceptuales con la narrativa de Smog. “Oh, yo viajé aquí / Y ahora estoy galopando”, canta Bill Callahan en Say Valley Maker. Por un lado, el músico incorpora la reivindicación de la experiencia personal en un tiempo pasado y un lugar de retorno; por el otro, el uso del verbo en gerundio alude a un presente continuo, a un acción en pleno desarrollo. Para mi, ambos versos conectan con Shore to Shore y el modo en que Moreno & Grau analizan el río Guadalquivir. Pensé también que Shore to Shore podría ser el título de una canción incluida en el disco, pero eso no aportaba nada. Ellas habían viajado a “allí”, al río, al Guadalquivir; y ahora se encontraban galopando de nuevo hacia ese mismo “allí”; preparaban su exposición para Iniciarte, y por tanto volvían a él una y otra vez.

El momento de máxima conexión entre Say Valley Maker y Shore to Shore surgió en esos versos finales que he decidido situar como cita al inicio del texto. “Entiérrame en madera, y seré astilla / Entiérrame en piedra, y temblaré / Entiérrame en agua, y seré un geiser / Entiérrame en fuego, y seré un ave Phoenix”. Más allá de la temática amorosa de la canción, esas breves frases suscitan una comunión poética entre el paisaje natural y el yo. Pensé entonces, y lo mantengo ahora, ese pequeño relato, en cierto modo, sintetiza las múltiples capas de significado que definen la obra de Moreno & Grau. Un modo de comprender el territorio que ya no se centra en el nosotros, sino en la fusión metafísica entre el nosotros y el lugar.

En este sentido, la idea de paisaje en Shore to Shore plantea una serie de conexiones de orden fenomenológico (cómo y por qué se producen los acontecimientos que definen el río), materialista (cuales son sus atributos físicos, orgánicos) y telúrico (qué impronta dejan sobre sus gentes). La primera se refiere a las formas de vida que han significado el río a lo largo de la historia; la segunda a su presencia física, a su estética; la tercera a la pertenencia simbólica de sus habitantes a dicho lugar. Si juntamos esas tres lecturas, nos damos cuenta que las obras que forman parte de esta exposición, no es que remitan al Guadalquivir, sino que directamente – y casi al margen de ellas mismas – son el Guadalquivir.

El 18 de octubre, Alba Moreno, Eva Grau y yo hablamos un buen rato por skype. Ellas estaban ya en San Francisco, donde han desarrollado una residencia artística
sobre paisajismo y naturaleza, y yo en Barcelona, donde vivo. Quedamos a sus doce del mediodía, a mis nueve de la noche, y pudimos dialogar tranquilamente sobre su práctica artística. La conexión wifi fue aceptable durante aproximadamente una hora y media, pero después empezó a fallar. En ese momento no les hablé de mi intención de usar Say Valley Maker como punto de partida para escribir sobre su trabajo. Solo era una idea vaga entonces, una posibilidad entre otras. De hecho, no sabía si el símil funcionaría. “Yo no conozco el Guadalquivir”, les dije. “Bueno, lo he visto, he estado en Sevilla, y en Córdoba, entiendo su peso histórico y el cruce de culturas que lo define, pero realmente no lo conozco”.

Durante esa hora y media, ellas me hablaron de su búsqueda de lo esencial en el paisaje; me hablaron de su relación con el agua, con el río. Tratamos aspectos históricos y culturales, y me explicaron sus intereses por visibilizar, de un modo indirecto – más metafórico que literal – la memoria colectiva del río sin tomar como referencia a las personas que lo habitan. Pese a la prospección geográfica y social que implica el proyecto, entendí que sus investigaciones no se basan en la antropología o ni la sociología. Tomé buena nota de ello: sus procesos de trabajo no tienen una voluntad etnográfica, apunté en mi cuaderno. También apunté y subrayé “deshumanización del paisaje”. Me pareció entrever que quizás ahí residía el eje central de su obra. Un paisaje que se libera de la propia noción de paisaje.

Seguimos conversando, y me hablaron de lo visceral y lo intuitivo como posible estímulo de reconocimiento del lugar. Me hablaron de esa animalidad a la que apelan para distanciarse de lo humano, de lo civilizado; una animalidad donde el cuerpo se aleja de las convenciones sociales que lo rigen. Hablamos entonces de performatividad del territorio, un enfoque que me interesa especialmente, y en el que he trabajo bastante en los últimos años. Hablamos del paisaje como activación emocional, como coreografía inconsciente. Les pregunté entonces por el ritual, por lo ancestral. Me parecía sentir cierta espiritualidad en su obra, cierta mística incluso. Y sí, de una forma u otra – con esos conceptos u otros afines – todas esas lecturas parecían estar presentes en su modo de aproximarse al río Guadalquivir. No obstante, al no poner el foco en lo humano, el posible ritual se perdía, o más bien – como el ave Phoenix de Smog – resurgía de un modo atávico, remoto, misterioso.

A continuación, nuestro diálogo se centró en otro de los aspectos fundamentales de su práctica: la experiencia directa. El río no es para ellas un lugar aprehendido desde la distancia, sino un espacio vivido y sentido en primera persona; en su caso, primera persona del plural. Hablamos entonces de sus procesos de trabajo in situ. Hablamos de sus recorridos por el río, tanto por sus orillas como por sus aguas. Hablamos de lo procesual como algo específico en su manera de explorar el paisaje, y sobre la fotografía como el registro básico de sus vivencias. Y lo performativo y lo fotográfico nos llevó a pensar en la noción de tiempo desde dos registros antagónicos: la performance como acción que se desvanece en cuanto pasa; la fotografía como la posibilidad inerte de congelar dicho instante. Ambos registros están muy presentes en su trabajo.

Ya casi al final de nuestra conversación, les pregunté si manejaban algunas referencias bibliográficas, y en seguida me hablaron de la fenomenología de la percepción de Maurice Merleau-Ponty. En dicho ensayo, el filósofo francés entiende el cuerpo como una entidad social estrechamente ligada al mundo, en el que es nuestra percepción pura – y no nuestro intelecto – la que establece conexiones fácticas con el entorno. De este modo, Merleau-Ponty apela a los hechos, dejando así de lado las teorías, los imaginarios y las interpretaciones. Esa esencialidad es la que Moreno & Grau buscan en sus imágenes y en sus instalaciones.

Pocos días después de aquel skype, mientras leía dicho ensayo, encontré una frase que me hizo pensar inmediatamente en sus intenciones: “Volver a las cosas mismas es volver a este mundo antes del conocimiento del que el conocimiento habla siempre, y respecto del cual toda determinación científica es abstracta, signitiva y dependiente; como la geografía respecto del paisaje en el que aprendimos por primera vez qué era un bosque, un río o una pradera”. Entendí que en ese volver a este mundo antes del conocimiento del mismo es donde reside la animalidad de la que me hablaban.

Hace tan solo un par de días, mientras repasaba mis notas sobre Shore to Shore para encarar definitivamente mi escritura, recuperé el libro Hacia un realismo especulativo de Graham Harman, un compendio de ensayos y conferencias en los que el autor revisa algunos de los temas y teóricos más destacados de dicha corriente filosófica, entre los que él mismo se encuentra. Básicamente, Harman explica que el realismo especulativo viene a defender una “ontología orientada a los objetos”, y por tanto no al sujeto moderno ni al lenguaje posmoderno. Repasé el capítulo dedicado a Bruno Latour, que consiste en una conferencia impartida por Harman en la Universidad DePaul de Chicago en 1999. Harman escribe: “(…) Más bien, el universo de Latour está poblado por infinidad de agentes humanos y no humanos. El poder político y el poder textual, sí, operan sobre nosotros, pero también lo hacen los muros de concreto, los icebergs, los campos de tabaco y las serpientes venenosas. Antes de que se lo distinga en lo “real natural” y “lo producido socialmente”, el mundo es un duelo de entidades discretas y genuinas. Esos conceptos me hicieron pensar de nuevo en el trabajo de Moreno & Grau. Lo natural, lo social y lo esencial. Sin conocerlo bien, sentí la presencia del Guadalquivir en las palabras de Harman sobre Latour.

Llegados a este punto, abro de nuevo el dossier en pdf que Alba Moreno y Eva Grau me mandaron el 12 de septiembre. El dossier incluye toda una serie de imágenes que recrean las cinco piezas que conforman la exposición y una posible distribución sobre plano. Como ya me avanzaron por skype, las obras van a seguir esa ubicación en sala y no tienen título. Por un lado, la ausencia de títulos me gusta; convierte la exposición en una suerte de hábitat, una extensión del entorno natural, donde aquello que vemos no dispone de etiquetas ni de informaciones complementarias; un entorno que no evoca ni representa, sino que simplemente existe. Por el otro, dicha ausencia dificulta mi capacidad narrativa, puesto que solo puedo referirme a las obras mediante apuntes descriptivos que las hagan reconocibles para el lector.

En primer lugar, y de un modo literal, Shore to Shore nos recibe con un díptico fotográfico-escultórico que exhibe las dos orillas del río Guadalquivir. Mediante el uso de cristales cortados y congelados, Moreno & Grau nos ofrecen un mapa topográfico que trasciende la imagen a partir de la noción de sedimento. Un proceso lento y laborioso donde lo micro – los trocitos de cristal fotografiados de manera minuciosa – permiten entender un todo, que a su vez es un pequeño fragmento de un todo mayor. Un juego de escalas que permite redimensionar el río a partir de una experiencia física, orgánica. Recuerdo aquí una frase que siempre me ha fascinado de Roger Caillois, escritor francés y coleccionista de piedras: “Toda piedra, es montaña en potencia”. El díptico exhibe la potencialidad de las orillas del río a partir de dos imágenes tan reales como prácticamente abstractas.

En la pared de la izquierda encontramos una serie de cinco collages. En ellos, fotografías mas o menos anodinas del río – básicamente zonas de vegetación y del fluir de las aguas – conviven con imágenes extraídas del Museo Arqueológico de Córdoba. Éstas imágenes, dispuestas unas sobre otras a modo de capas o extractos, muestran esculturas antiguas y otros objetos alusivos a las diferentes culturas y civilizaciones que han poblado las orillas del Guadalquivir a lo largo de la historia. Una referencia al tiempo vivido, a la memoria colectiva que condensan sus aguas, pero sin la necesidad imperiosa de clasificar ese conocimiento. Además, cada una de las piezas incorpora palabras que apuestan por posibles desviaciones y derivas en sus significados. Como apuntábamos anteriormente en relación al realismo especulativo, el binomio naturaleza y sociedad se muestra aquí como un todo indisociable donde lo natural, lo histórico y lo lingüístico se sitúan a un mismo nivel.

La exposición sigue con dos fotografías en caja de luz que contienen dos acciones especialmente intensas. Una piedra con un agujero encontrada en el río sirve para marcar dos instantes fugaces y únicos: los momentos en los que el sol y la luna, levantando la piedra hacia el cielo, coinciden con el centro de dicho agujero.
Fuera de contexto, la erosión caprichosa de una simple piedra de río renace como un posible ritual desconocido aunque altamente reconocible como propio. De nuevo la fenomenológica y la vivencia.

A continuación, nos encontramos con una instalación escultórica donde el agua del río se convierte en material expositivo, y en auténtica protagonista de la puesta en escena. La pieza recuerda a una de las obras que formaron parte de Many Rivers to cross en la Casa Sostoa de Málaga en 2016. En aquella ocasión, las dos artistas mostraron, en mitad del salón, una estructura minimalista llena de agua en estado de reposo. El propio clima, el viento, o la presencia de vida a su alrededor hacían que la superficie líquida de la obra fuera adquiriendo sutiles movimientos. Ahora, desde el espacio neutro y atemporal de la sala de exposiciones, Moreno & Grau sofistican la presencia mínima del movimientos del agua mediante la ayuda artificial de un pequeño motor. Aquí, el agua dialoga con dos materiales antagónicos: una barra metálica de producción industrial y una piedra mineral extraída del río. Un juego de contrarios que, desde la forma, evidencia la multiplicidad de lecturas que definen el río.

A modo de wall paper, Shore to Shore se despide con una instalación fotográfica
que combina la imagen monumental del río Guadalquivir visto desde el puente romano de Córdoba con diversas fotografías de personas anónimas que se bañan en sus aguas. Un final de recorrido en el que cuerpo y lugar se retroalimentan para convertirse en una sola entidad sensible. En definitiva, un territorio emocional que desdibuja los límites entre la naturaleza y la condición humana para reivindicarse – desde ese intermedio – como la esencia discreta de una posible manera de ser y sentir. Y no me refiero solo a lo humano, sino también al propio paisaje.

Mientras releo el documento de Word en el que escribo sobre el trabajo de Moreno & Grau escucho una vez más A river ain’t too much love de Smog. Y pese a que suene ingenuo, pienso en el amor. No en un amor romántico, sentimental, pero sí en un amor entendido en un sentido amplio, grupal, colectivo. Leo la primera excepción del término en el diccionario de la RAE: “Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”. Sentimiento, intensidad, insuficiencia, encuentro, unión. ¿Y si ese otro ser fuera un río? Creo que Shore to Shore trata precisamente de eso; de los afectos, los vínculos y las pertenencias que nos unen al territorio.