ESPERANZAS
Juan Francisco Rueda

La primera exposición ‘individual’ de esta pareja artística certifica la madurez de un proyecto largamente concebido. ‘Huellan/Ellos’ es un viaje de autoexploración cargado de incertidumbres sobre su propio destino que sirve como espejo en el que proyectarnos

 

 

Alba Moreno (Málaga, 1985) y Eva Grau (Málaga, 1989) atesoran intensas trayectorias en las que han alternado obras y apariciones individuales con puntuales proyectos compartidos en numerosas exposiciones, lo cual ha servido para certificar el rigor, profundidad y pulcritud de unos trabajos que hacen de ellas dos de las artistas más rotundas y serias de cuantas han emergido en los últimos años en nuestra ciudad. Esta ‘Huellan/Ellos’ es su primera exposición como pareja, el nuevo marco de relaciones en el que han decidido expresarse. Este ‘bautismo’ y sobre todo ese radical paso que supone trabajar en pareja, con sus renuncias, aceptaciones, disentimientos, y consensos aparejados, abren un espacio de auto-cuestionamiento. De hecho, esta experiencia propia es la que quizás motive parte del sentido de la exposición, con lo que subyace cierta auto-referencialidad en esta suerte de viaje de auto-exploración cargado de incertidumbres y miedos acerca del propio destino y del proceso en el que se hallan inmersas. Pero estas acuciantes sensaciones no devienen ensimismamiento ni relato hermético y excluyente. Las artistas idean un cúmulo de imágenes, objetos e instalaciones que adquieren un innegable valor metafórico y un tremendo eco y capacidad para comunicar a pesar de lo depurado, mínimo y parco de su universo y de su lenguaje.

Moreno y Grau consiguen generar imágenes que, asumiendo probablemente el papel de documentos acerca de su estado y situación personales, se convierten para el espectador en una suma de espejos en los que proyectarse. Artistas y espectadores comparten el mismo azogue: los posibles miedos, dudas y angustias que motivan la indagación por parte de las creadoras en su práctica artística y actual estado obvian lo individual para devenir universales, para que todo aquel que mire sienta reflejarse, sepa captar esas sensaciones que anidan en las obras y las comprendan familiares. Sus imágenes son, por tanto, símbolos que pueden propiciar una proyección emocional. Son, por lo general, imágenes desprovistas de retórica y que bordean la noción de vacío, ya que apenas un elemento puntualmente iluminado centra el espacio. El proceder objetivo, aséptico, depurado y frío con el que trabajan la fotografía potencia ese papel metafórico mediante el cual el espectador acaba por ‘llenar’ de sentido esas imágenes mediante esa proyección emocional, mediante bucear en lo propio, en la historia de cada uno. Moreno y Grau rompen con la idea de que la frialdad y lo depurado, propio de los procesos de origen conceptual en los que se inscriben, son medios incapaces para transmitir y comunicar tanto como para cimentar un vínculo afectivo y sentimental entre imagen y receptor. Éste es un ejemplo de cómo la frialdad puede punzar, de cómo el hielo puede quemar. Tal vez el ‘Túnel’ metálico actúe como metáfora de esto: el frío acero, con una forma perfecta y depurada, atrapa el roce humano a través de las huellas de todo aquel que en él se apoye, dejando la marca de un acto, de un roce; frío por fuera pero esconde, como si se tratase de un viaje de búsqueda, nuestra propia imagen al fondo de ese espacio oscuro.

‘Túnel’ comparte con ‘Manta térmica’ la condición de elementos sinestésicos, ya que transmiten sensaciones como el frío y el calor a través del sentido de la vista. Pero no sólo sinéstésicos, ya que son una suerte de imploración o canto en pos del contacto humano, la manta para mantener o dar calor del cuerpo y el acero para servir como apoyo y conservar en su superficie las huellas de todo aquel que lo toque dejando su impronta y la marca o condición de seres únicos. Huellas sobre las que se acumularán tantas otras como personas decidan tocar el tubo, quizás deviniendo lo individual y preciso en colectivo e impreciso, pasando de la ‘unicidad’ a la multitud. ¿Acaso no es ésta otra metáfora del paso que dan estas artistas al conformar una dupla creativa? Por otro lado, esta inclusión de elementos con valor escultórico y con claro sentido instalativo es otro rasgo que venía caracterizando los trabajos de ambas autoras.

La configuración del espacio expositivo en dos plantas ha sido aprovechada lúcidamente por las artistas para denotar dos ámbitos diferentes. En el primero (planta baja), marcado por la luz refulgente, actúa como una especie preámbulo, de espacio en el que atisbar la dificultad de ese viaje que se va a iniciar, las dudas, certezas y los límites que vigilar o transgredir. Aquí la estructura metálica que actúa como túnel y a través de la cual podemos mirar nos sitúa ante una especie de umbral. El segundo ámbito supone entrar de lleno en la oscuridad, en el proceso, en la soledad, afrontar el riesgo y gestionar el medio, quizás ‘Manta térmica actúe por ese motivo como una petición –si no necesidad- de calor. Pero ambos espacios mantienen una serie de nexos gracias a la situación en la misma ubicación de las distintas plantas de obras que son el deslizamiento de significantes. Es decir, si nos da la bienvenida, centrado en la primera planta, el tubo cromado que responde al título de ‘Túnel’, en la planta superior nos enfrentamos al llegar a una imagen de la entrada en un túnel; si en la pared frontal de la planta inferior se dispone la serie de fotografías ‘Cavar un agujero es construir una montaña’, en la segunda planta similar disposición ocupa ‘Planeta’, un paisaje nocturno, cuasi lunar, en el que una hondonada iluminada enigmáticamente se halla al lado de un promontorio, de una montaña que nos remitiría a la obra anterior.

Ese viaje, esa auto-indagación, adquiere múltiples formas metafóricas: un túnel oscuro, un camino interrumpido por una verja, una carretera nocturna que parece acabarse en una curva amenazante, un camino apenas iluminado que crea cierta desconfianza, la inmensidad y el vacío de la noche cerrada o la profundidad de un bosque iluminado mínimamente por un foco. Situaciones, en definitiva, que nos comprometen y suspenden, que percibimos como próximas y ante las cuales no podemos evitar que fluya un caudal empático. Resulta innegable que las fotografías y algunos elementos trasminan angustia, miedo o una interpelación a la necesidad de ser arropados y contar con el calor del otro, tal como se puede desprender de la manta térmica que descansa en el suelo y cuyo reflejo –quizás como metáfora del calor- se irradia al entorno prestando calidez. Sin embargo, la esperanza se percibe. También la fe. Y, cómo no, el convencimiento de que el proceso, con sus incertidumbres, desemboca en algo, que ese viaje lleva a algún lugar. Aquí está la prueba: este conjunto de ‘materiales’ para la autoexploración es el fruto de ese mismo proceso. Son fin y medio. La esperanza es esa luz en un paisaje desolado (‘Planeta’); ese gesto de mirar a través del tubo metálico (‘Túnel’) y que nos lleva a reconocernos y a (re)encontrarnos al final de ese trayecto; o la certeza de que al deshacer se hace, de que el trabajo origina un crecimiento, tal como se describe de un modo tan preciso en ‘Cavar un agujero es construir una montaña’: nada sobra, no hay entropía posible, todo derroche de esfuerzo y todo material aparentemente sobrante se transforman en y originan algo nuevo. Precisaríamos aún más: no es exactamente un ejercicio de exclusiva angustia y mucho menos de catarsis. Ese internarse en el túnel y transitar un itinerario prácticamente a ciegas y con evidente riesgo, aunque pudiera ser entendido como un ‘tour de force’, ha de albergar la esperanza y la certeza de que un nuevo paisaje requiere de un nuevo viaje o una nueva senda.

Un asunto fundamental es el de la identidad, que les ha acompañado puntualmente en sus carreras. La disolución de la individualidad en una pareja reviste de extrema lógica interrogarse por la nueva identidad adquirida, apoyada en una individualidad sacrificada. Algunas de las obras están animadas por esta reflexión. Es el caso de ‘Ellos’, una pareja de fotografías en las que sendas manos soportan el mismo cristal. Un simple movimiento de la mano, quizás imperceptible, hace que ese cristal devenga distinto, muestre, por tanto, distintos puntos de vista. Esta pareja de obras recoge la estrategia de Moreno y Grau: imágenes fruto de acciones, de una economía de medios y claridad absolutas y que adquieren una profundidad a veces insondable constituyéndose, tal vez por esa parquedad que no condiciona y connota en exceso la imagen resultante, en metáforas e incluso en símbolos, de ahí que el espectador pueda acceder a lo que comunican o lo que es más importante aún, encuentre una vía empática, un camino que lo conduce al auto-reconocimiento. He aquí otra metáfora de esta esperanzadora pareja artística.