Habitar una prórroga
Proyecto realizado con la colaboración de La Gran Gallery
It was a glorious day early in July, with a clear, high sky; there were no clouds, there was no noise of the sea. The song sparrows sang and sang, as if with joyous knowledge of immortality, and contempt for those who could so pettily concern themselves with death.
Sarah Orne Jewett, The Country of the Pointed Firs. 1910
Más de 700 kilómetros
Castilla es famosa por páramo, por erial, por granero. Es una tierra yerma y rasa, de pedregal y cereales. No se puede ver desde aquí el mar, como decía Azorín, no llegan las olas con sus brillos a nuestros palomares, nuestros sobraos. El silencio de nuestras callejuelas, castillos, monasterios, palacios y casas molineras, es el mismo de nuestros campos, enmudecidos por un sol que los apelmaza, implacable. Escasas son las sombras que nos ofrecen los campos sembrados. Tan sólo algún pequeño árbol, una encina o un frutal, aportan una raquítica oscuridad para el asilo de labradores y otra fauna. De vez en cuando un pinar, supone un paréntesis para la tierra marcada por los surcos. Seguir los caminos castellanos es levantar polvareda entre galgos, coches y caballos. Subirse a un montículo es observar una delgada línea en el horizonte que no acaba: Castilla es una llanura articulada en páramos y campiñas apriscados por montañas. Valladolid, a unos 680 metros por encima del nivel del mar, no conoce tampoco las montañas.
Es abril y me adentro en los caminos de las Tierras de Medina. Sobre mí un cielo azul intenso, de ese que solo sabe poner el cielo en los días sin nubes. Debajo campos verde-brote quietos. El aire está caliginoso, que diría Azorín, y no me topo más que con un tractor que recorre el campo arrojando un líquido transparente y una familia dominguera en bicicleta. Aún no han llegado las amapolas. La tierra amarillenta y arenosa se levanta y mancha mis zapatillas y ya he dejado atrás las lagartijas sobre las aceras y las cigüeñas sobre las eras. Ese es el silencio del ascetismo y de las frentes ceñudas. No se oye nada. Salvo el tractor que rompe con este dualismo cromático impuesto por el sol. Ninguna otra distracción asalta a los sentidos ni al pensamiento. Dicen que el paisaje de tu infancia se te queda dentro: mi paisaje es un océano de cereal del que llevo una espiga en la solapa, parafraseando a María Sánchez.
El Duero que nace en Soria y atraviesa Castilla hasta deshacerse en Oporto, es alimentado por el Tormes, el Adaja, el Esla, el Eresma y el Pisuerga, entre otros. Éste último, a su vez, por el Arlanza y el Carrión, conectando Palencia y Valladolid. Primero el canal de Castilla y más tarde el del Duero riegan los campos de trigo y de girasoles, los patatales y los viñedos y nos dan de beber. Los embalses de Requejada y Aguilar en Montaña Palentina producen además electricidad. Paralelos a los ríos, brotaban los molinos harineros como manantiales en Sardón, Quintanilla… usos y gestión de las aguas administradas por unas y otras manos a lo largo de los siglos.
En el puerto de los Alazores, a más de 700 km, nace el río Guadalhorce, lindando con Granada. El Guadalhorce, río más grande y caudaloso de Málaga, forma el desfiladero de los Gaitanes, atraviesa la Hoya de Antequera y discurre por su valle homónimo hasta deshacerse en el Mediterráneo en dos brazos que forman un delta. Se detiene antes en los embalses Guadalhorce-Guadalteba que regulan el caudal cumpliendo éste y otros cometidos. A izquierda y derecha se van uniendo el Turón, el Guadalteba y el Campanillas, como arterias que suman sus aguas al curso de este río de silencios, según indica su hidrónimo. Será quizá un grito mudo.
Málaga es probablemente una de las costas con mayor superficie urbanizada del país y la desembocadura del Guadalhorce es uno de los puntos señalados con mayor riesgo de inundación. Me cuesta pensar en el recorrido completo de un río desde los manantiales y la escorrentía, hasta los mares serpenteando con diligencia para trazar su curso alimentado por afluentes, arroyos, riachuelos y desviado por acequias, canales, caceras o caces. A ellos vuelven nuestras aguas grises y negras. Las guerras del agua nos acechan, es la lucha por un bien comunal que tiende a privatizarse y que en su ciclo natural es canalizada, regada, tratada, consumida y devuelta a la tierra por una extensa red de desagües que nos conectan, sigilosos, de casa a casa. Mientras tanto, en otras latitudes, no se encuentran ni pozos. Dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno de las que ocuparse.
Mi paisaje de infancia está exento de montaña y casi de río, porque estaba ahí pero vivíamos dándole la espalda. A ojo de pájaro, desde la Sierra de San Jorge, este río de los silencios baja a los campos de olivo y cereal de Antequera y avanza hacia las tierras de hortalizas, frutales y cítricos más sureñas; hasta llegar a la Isla.
La Isla es esa tierra de marismas que queda entre los dos brazos de la desembocadura. Uno de ellos es natural, el otro reconducido por la mano humana, para evitar los desastres. En medio, el Paraje Natural que lleva el nombre del río y que ya no es lo que era, ha sufrido un aumento de la salinidad de sus aguas, que ha provocado la desaparición del enclave de algunas especies, así como la aparición de otras menos asiduas como la gaviota picofina o el tarro blanco. De la riqueza perdida da fe el asentamiento fenicio del Cerro del Villar que daría buena cuenta de ella a través del comercio marítimo. Hoy esta Isla es un oasis de arcilla y escombro de la industria inmobiliaria habitado por algún eucalipto, tarajes y carrizo, anguilas, zorros y nutrias, garzas, cigüeñuelas, gaviotas, martines pescadores y pechiazules en invierno. También se han reducido las malvasías cabeciblancas que chapotean en estas aguas. Huele a sal y el limo cubre los pies, mientras las cañas van y vuelven a la orilla con cada ola como un continuo de sístole y diástole. Este es el paisaje de Alba Moreno y Eva Grau, este es el comienzo del camino y del encuentro en el Guadalhorce.
Hacerse bosque
Dice David Le Breton que el caminar es una apertura sensorial al mundo, un encuentro del cuerpo con el mundo. Cuando trazamos el camino, con el mapa, lo tenemos a la vista, lo problematizamos y medimos tiempos y fuerzas. Cuando estamos en el camino, si abrimos las compuertas y nos entregamos a la monotonía de un gesto sin mayor direccionalidad que un peñasco, una gruta o un chorro de agua, nos encontramos con cada elemento que nos salga al encuentro en el sendero.
Aprender a caminar, sin correr, más bien bailar como sugiere Walter Benjamin, es nuestro objetivo. Sacar al cuerpo de su encapsulamiento vertical y abrirlo en la horizontal: ejercitarlo lejos de la exigencia de un culto capitalista al ejercicio físico que datifica nuestro ser; enfrentarlo al mundo, desde el trabajo físico que ha constituido nuestro modo de vida y el motor de nuestro desplazamiento durante gran parte de nuestra historia. Hoy el cuerpo parece el reducto de un sujeto que sólo ejercita su psique a una velocidad desorbitada marcada por el estrés del ritmo productivo. El cuerpo como un residuo enfermo e inoperante que no nos permite avanzar. Pero es en el tacto de la piedra, el brillo de los narcisos, el sonido del manantial, el calor del sol sobre la piel, el viento que nos alborota el pelo y enrojece la nariz o el olor de la resina; cuando retomamos el aliento, el tiempo cobra otra extensión y reaprendemos el cuerpo. Lejos del asfalto el cuerpo es otro. Poner los pies en la tierra es enraizarte, retornar a lo real-material, a un ciclo de la vida que late y se impone. Para Le Breton la caminata es a menudo un rodeo para encontrarse con uno mismo. Pero siempre a través del mundo o con-el-mundo. Y nos devuelve a un estado de encuentro directo con el mismo, aunque sea por un instante, cual abejorro que sólo reconoce a polen y depredador.
Cuando le preguntan al artista Hamish Fulton por qué caminar, él responde que el propio caminar es la respuesta: porque no es hacer teoría sino vivir la experiencia. Como una respuesta al automóvil que nos recuerda la necesidad de mantener senderos, caminos, cañadas y otras vías pecuarias como derecho al desplazarse de un punto a otro caminando. Y es que también caminar es en sí una protesta, como demuestran las caminatas zapatistas o las derivas debordianas que recuerdan Fran Quiroga y Andrea Olmedo, quienes invitan con sus jornadas caminadas a que se desaten las lenguas, se acompasen las orejas y se sincronicen las zancadas para activar un compromiso de escucha en la interacción.
El caminar que practican y proponen Moreno&Grau es el del peregrino que señalaba David Thoreau, el de quien avanza sin casa. Para él, adentrarse en el bosque es hacerse bosque y es cumplir con la funcionalidad de nuestras piernas. Pero hay que hacerlo como camello, animal que rumia mientras marcha; como las vacas de Nietzsche. Rumiar el camino es repetirlo, mascarlo, degustarlo. Sentirlo en las papilas. Tragarlo y volver sobre él y reconocer sus elementos.
Superando esta quimera de sujeto-hombre-blanco-vagabundo, Moreno&Grau siguen el río juntas hasta la fuente y en el camino se produce su entrelazamiento en el diálogo y el cuerpo-a-cuerpo con el agua, el líquen y el cormorán. Las piezas que nos proponen no son sino la depuración de algunas percepciones singulares, propias de quien ya conoce el camino y se detiene a mirar. Con ellas conforman a partir del compromiso de escucha mutua, una suerte de constelación que nos permite establecer diferentes lecturas como capas de sedimento. Porque más allá de este cuerpo-a-cuerpo que nos trasladan, están las diferentes visiones de políticas del agua, ecologías o anticapitalismos que podamos intuir y desplegar como un mapa de tensiones e intensidades.
Seres de lodo
Los bichos de feminismo y ciencia ficción que propone Donna Haraway, con que pensar otros modos para lograr con-vivir bien sin relatos apocalípticos en este capitaloceno, son seres de lodo más que de cielo, aunque en su propuesta también brillan las estrellas. Lepus, Aquila, Canis major, Orion, Hydra, Serpens.
El tema de la interacción interespecie como modelo metafísico de seres anudados en una relación con el mundo en que cada nudo no pre-existe de manera individual, es recurrente en la obra de Moreno&Grau. Ser líquen, ser humus, ser micorriza como organismos tentaculares capaces de la colaboración mutua como estado fundamental. Porque nunca fuimos ni somos en soledad. El individuo autoconsciente, que se autocrea, no es sino la invención de la modernidad progresista que apuesta por el desarrollo industrial y tecnológico sin preocuparse. Pero sólo si inventamos juntes nuevas prácticas de imaginación y de revuelta, así como de vivir y morir bien, podremos responder a la urgencia que se nos presenta. “La revolución está dictada por la dinámica geofísica”.
En abril de 2021 un tractor John Deere atraviesa el páramo castellano soltando fertilizante sobre el suelo. En octubre de 1964 se inauguró en la carretera de Cártama, en Málaga, la fábrica de Amoniaco Español, con el objetivo de producir toneladas de abonos nitrogenados. En julio de 2013 se publica el Real Decreto que regula el uso de fertilizantes en España. En octubre de 1991 son procesados los dos ex-presidentes de NICAS de Valladolid por delito ecológico. En agosto de 2020 explotan 2.750 toneladas de nitrato de amonio abandonadas en un almacén del puerto de Beirut. Fertilizamos con nitrato de amonio (NH₄NO₃) mientras las leguminosas se sirven de las rizobios (Rhizobium leguminosarum) para fijar nitrógeno en el suelo en una relación endosimbiótica con la planta. Mi abuela me recuerda que en casa contaban con un muladar para acumular el desecho y abonar los campos. Compostar un homo -de humus- entre otros bichos.
La cercana zona residencial de la urbanización Guadalmar requiere de tratamientos aéreos antimosquitos para evitar el malestar humano. Así, la comodidad ganada para una especie, tiene incidencia directa en la alimentación del pechiazul, tanto como en la polinización. Eliminar a los aviones comunes de la familia de las golondrinas que se alimentaban de ellos y colocar redes para evitar la anidación también tiene sus consecuencias. Cuando, a su vez, los plaguicidas y abonos químicos alteran la composición del suelo y lo contaminan, se modifica toda la cadena trófica, incluida el agua que nutre la pirámide desde varios vértices. El abuso de los fertilizantes y su deriva ha puesto, de hecho, en riesgo la salubridad de los suelos que son clave para la seguridad alimentaria y la sostenibilidad. La FAO señala como prioritaria la prevención de esta contaminación y la preocupación por la biodiversidad. Por eso es necesario cuidar al mosquito, así como mantener el equilibrio de la acidez de la desembocadura de un río que va siendo testigo de la desaparición de algunas especies de sus aguas y anotando sus ausencias. Adiós, chanquete. La aparente tranquilidad de las olas no trae sino ecos de un ser humano desmedido con cada pedazo de plástico que se enreda entre las cañas de la orilla y un pez semisumergido lanza una llamada de socorro, como un Ángel de la Historia que mira con la boca abierta y las aletas extendidas el amontonamiento de la ruina y la catástrofe humanas. Habitamos una prórroga.
Moreno&Grau se manchan de lodo y proponen una mirada serena de la catástrofe, como de rastreo y asunción de la urgencia, como conciencia del estado de las cosas para forjar la com-unión revolucionaria desde la viscosidad, la humedad y las huellas. Cuando atardece improvisan un refugio en la orilla y observan las estrellas. Me pregunto cuales verán ahora.